Diego Víu9 de junio de 2025
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Algo hemos aprendido en los últimos años, especialmente yo, como director general de Economía Circular, Transición Energética y Cambio Climático, es que no existe una solución trivial, maravillosa, magistral y única para poder encarrilar un futuro próspero y respetuoso para nuestras islas. No hay fórmula mágica.

Atendiendo a las diferentes perspectivas y computando toda la información que uno conoce y puede recibir acaba llegando a un punto de encuentro común para todas las reflexiones. Todos los caminos llevan a Roma. Y esta no es otra que una que pasa por el binomio Sostenibilidad y Territorio. Un binomio necesitado de equilibrio, de razonamiento y de amplio consenso, y alejado de la improvisación.

Porque la realidad es que, si bien, la sostenibilidad, en todos sus ámbitos, puede plantear diferentes propuestas o alternativas, (innovación e inventiva mediante) el territorio es finito. Finito en dimensiones, rico en diversidad y fuente de nuestro patrimonio más deseado. Bien escaso y al alza, no se deben tomar a la ligera sus usos y disposiciones.

Hablando de lo aprendido, las Bases de la Agenda de la Transición lo expresan de forma clara. Si pasamos por el crisol de las mesas del Pacto de la Sostenibilidad con criterios de prosperidad, sociales y ambientales, el resultado demanda una manera de actuar sobre la implantación de las renovables. Y no es en este caso una opinión de parte. Es el clamor, conjunto y coincidente, de grupos políticos, asociaciones, sindicatos, sociedad civil y expertos. Consenso unánime como pocas veces se ha demostrado. Pero ¿cuál es entonces el problema?

La especial ventaja climática y de mercado eléctrico de las Illes Balears no han sido vistas por su ciudadanía como una prerrogativa competitiva, una palanca de cambio o un blindaje frente a las fluctuaciones externas que afectan al precio de la energía, y por ende a nuestros bolsillos, o hacen más respirables y mejor adaptado nuestro clima. La transición energética debe ser sinónimo de competitividad y deben contrapesar las desventajas propias de la insularidad.

La realidad es que existe rechazo a la implantación de estas energías limpias. Se percibe un hastío o un temor a un crecimiento desmedido de un mar de placas con el cielo por límite. Una agresión contra el territorio y el paisaje que forma parte de nuestra identidad y alimenta el orgullo de pertenencia de los ciudadanos de las islas.

Se percibe también un libre albedrío que acaba en libertinaje, una ausencia de estrategia, de una planificación o de cualquier regla diferente de ‘el primero que llega, el primero que se lo lleva’. Así, este agente externo a nuestro día a día decide donde establecerse, la ocupación sobre la que desea extenderse y con mayor o menor delicadeza, su cuidado por los vecinos y los que habitan este nuestro territorio. O al menos, esa es la percepción de más de uno. Y no les falta razón. O al menos en parte, porque sí que existe una solución al binomio fundamental de Renovables y Territorio. Aplicando una metodología de primeros principios, uno podría pensar: ¿por qué se debería avanzar hacia un modelo descarbonizado? Las ventajas son múltiples, y sin duda redundan de forma local e individual en todos los ciudadanos y empresas de las Illes Balears. El primer pensamiento redunda, sin duda, en lo ambiental. A mayor producción libre de emisiones se afecta de forma directa y positiva al aire que respiramos, a la temperatura de nuestras estaciones, a la salud de las personas mayores y las más sensibles a estos parámetros. Ventajas de aquí, para aquí.

También es palanca de competitividad. Es energía barata, próxima e independiente de factores externos como el precio de los combustibles fósiles, la geopolítica y la guerra de mercados. Es dinero en el bolsillo de cada uno de los individuos. Es un menor coste en la producción. Es ventaja para establecer esas empresas de alto valor añadido que buscan un territorio al que traer su riqueza.
Si hasta aquí, estamos de acuerdo, la siguiente pregunta podría ser ¿cuáles son las necesidades reales para descarbonizar nuestra forma de vivir y poder aprovechar esas ventajas? En este caso los números son halagüeños. Teniendo en cuenta un objetivo de electrificar toda nuestra actividad en 2050 (¡Dentro de 25 años!) existe un techo máximo de potencia a instalar. Sí, existe un tope. Se estima que serían necesarios 3.150 MW de potencia fotovoltaica instalada en los próximos 25 años.

Teniendo en cuenta la tecnología actual, y abriendo la mente a que el futuro nos traiga mejor rendimiento de placas, estaríamos hablando de un máximo de 3.150 hectáreas de territorio con la posibilidad de obtener mejores rendimientos a futuro. ¿Y son realmente muchas?
Pues suponen menos del 1% de la superficie de Mallorca. Menos de 1 de cada 100 hectáreas en el máximo para poder alcanzar la electrificación total.

Y entonces, ¿Por qué encontramos ese rechazo? Porque quizás no se ha actuado con la transparencia adecuada a la hora de plantear estas ventajas. Quizás tampoco ha ayudado el no tener una legislación clara y un marco sencillo de entender para poder instalar esta generación. Quizás se ha mirado hacia otro lado mientras otros planificaban como debería ser el futuro de nuestro territorio, dejando que eligieran sin tener en cuenta a los ciudadanos baleares como dueños de su paisaje y su suelo. Quizás no se ha entendido que nuestro paisaje es cultura, que es la proyección de los recuerdos de nuestras mejores épocas y como las vivimos. Quizás la velocidad a la que se ha querido imprimir esta transformación no haya sido lo suficientemente cómoda para hacer esta reflexión. El ser humano ha sido el mayor transformador del paisaje desde sus orígenes, con la agricultura que hoy conocemos, los molinos de agua o los bancales que hoy nos enorgullecen. ¿Es entonces un problema de velocidad y conciencia?

Y yo, desde hace ya mucho tiempo me pregunto. ¿Seríamos capaces de acordar ese 1%? podrían ciudadanos, vecinos, empresas, administraciones, sociedad civil y cualquier interesado hacer el ejercicio de decidir que parte de nuestro territorio dedicar a hacer más sostenibles nuestras islas? ¿podemos encontrar riqueza, salud y progreso en aquellas partes más degradadas, de menos valor o quizás más denostadas?.